Semana XXXIX (del 17 al 24 de junio)

Lunes

La última semana de clase, después de un larguiruzo trimestre, es extenuante y, sobre todo, muy intensa desde el punto de vista emocional. Se recapitula el año, se evalúa, y, lo más interesante, afloran las emociones que, viniendo de chavales, siempre son sinceras para ambos lados, el que separa lo bueno de lo malo. El año pasado, en mi caso, en algunos grupos afloró lo malo y está bien, los chavales son aplastantemente sinceros, no se guardan nada, no necesitan fingir como los adultos. Este año, sin embargo, ha sido todo lo contrario. Incluso con los grupos más movidos (más cabrones) se ha granado la flor del cariño (mutuo). 

Siempre he dicho que no soy un buen profesor de Lengua, lo he contado mucho por aquí, creo que no sé cuál es el objetivo final de tanta ferralla curricular, saberes, competencias y toda esa terminología pedagógica cada vez más lejana y más abstrusa. Es que no sé qué hay que hacer, y eso, claro, distorsiona mi limitada capacidad, la verdad. Lo que sí creo que sé hacer es movilizar a los chavales para hacer algo, eso sí sé hacerlo, sé llegar a ellos, lo he demostrado con los numerosos grupos de teatro que he creado en los institutos (Medina). Ahí me siento pleno porque sí que hay un objetivo: hacer algo bien hecho delante de un público; el teatro es el mejor y más sincero examen social que uno puede hacer: todo es verdad, nada hay fingido, siendo todo una hermosa mentira. Es curioso, en la Mancha, de donde es mi madre, el adjetivo hermoso se utiliza para lo grande, qué casa más hermosa, no es bonita, es grande.

Martes

En una de estas horas tontas de esta larga y extenuante semana, una compañera me invita a una clase en la que han leído una obra mía (Clases y clases, Ediciones Antígona) que, al llegar este año al instituto, ya tenían como lectura obligatoria. Un honor. El máximo. Por lo mismo, si los alumnos reclaman al autor, además de dar una clase diferente, es que les ha interesado de verdad la obra. Es así. Son así, brutalmente sinceros. Ellos no me conocen de nada, no les doy clase, no conocen mi trayectoria (ni tienen por qué), solo nos une un texto que han leído en clase y que yo, un día, escribí porque otros alumnos como ellos, de su edad, hace ya 15 años, me lo pidieron para representarlo al año siguiente. Les cuento, me atienden, compartimos, desentrañamos, leemos y sucede una clase plena, con sentido, diferente, extraordinaria. Vuelvo a un texto en el que en cada diálogo resuenan voces del pasado: los primeros actores y actrices que lo representaron y que nos hicieron tan felices y tan plenos, a ellos y a nosotros (a los profes implicados en el proyecto colectivo que siempre exige el teatro). 

Miércoles

En mi clase de bachillerato de este año, creo que de las mejores que he tenido nunca (si no la que más), diseño un final de curso en el que propongo a los alumnos una entrevista personal para subir nota y charlar sobre un libro de una lista de obras literarias que creo básicas, entre los que se encuentran El señor de las moscas, Un mundo feliz, 1984 o Misericordia de Galdós. Esa charla me sirve para evaluar el curso de alguna manera, saber más de ellos y conocer mis carencias como profe, que no son pocas (insisto). Tenerlos cara a cara, uno por uno, individualmente, me hace profundizar en algo tan básico que no aparece en el currículo ni en su ferralla terminológica: la dimensión humana. No creo que pueda haber conocimiento en estas edades si no están revestidas de emociones, de comprensión, de vínculo. Tampoco, ojo, puede haber esto sin el conocimiento, eso tampoco. No podemos prostituir el conocimiento por la mermelada del cariño. Creo que no es honesto. El caso es que me tengo que contener la lágrima, la emoción, aunque no evito emocionarme delante de ellos, por muy vulnerable (en absoluto) que eso me haga, no. Quiero que me vean humano porque ellos, durante un año, me han interesado, he pensando en ellos, he sentido sus inquietudes, sus agobios y también he disfrutado de su triunfo y su progreso. Es un grupo muy sano en la competición y ha logrado contagiar a alumnos (no a todos, tampoco nos flipemos) que el año pasado pasaban un kilo de todo. Es un grupo muy implicado y comprometido, ya conté aquí que cuando Tino de Museke (asociación que trabaja en Ruanda) vino y contó su experiencia, los chavales mostraron sus ganas en masa de ayudar e implicarse en el proyecto. Para comérselos.

Igual que el año pasado sentí la animadversión de un grupo de alumnos y lo conté, también voy a completar la pintura con el relato de este año. Un chaval que vino a principios de curso a España y al instituto, un chaval muy listo y muy agudo en su atención y sus comentarios, ganador del premio de poesía del instituto, me dice y me reitera que gracias, que gracias por las clases. No es para tanto, le digo. Sí, mira profe, cuando tocaba lengua sentíamos que, a diferencia de otros años y otros profes, algo interesante iba a suceder. Sobre todo gracias por intentar que la literatura tenga algún sentido conectándola con la actualidad. Eso me encantó. (Esto me lo dice una chavala). Profe, ¿tú te quedas para el año que viene? Pues no sé, la verdad es que me apetece, y si me quedo, contar con que intentaré daros clase de nuevo, aunque en Segundo de bachillerato la película cambie, os advierto, eso no es Primero (mentira, no creo yo que cambie mucho mi manera, pero bueno). 

Jueves

Esta es la intensidad emocional que unida a la extenuación hace de esta semana una de las más duras y más hermosas del año (académico). Es una profesión dura (no comparada con la mina, con el campo, o con un jefe hijo puta en la oficina), extenuante, pero de una verdad desnudamente humana que, salvo los sanitarios, nadie percibe y nosotros, los profes de secundaria, mamamos todos los días. Tanto nos apasiona a los profes de vocación este trabajo que, incluso ese olor agraz de la adolescencia, presente e insistente en cada clase, se echa de menos y es, parece mentira, hasta adictivo. Están vivos. El mundo de los adultos huele a colonia, pero estamos más bien muertos, o bueno, si acaso medio vivos. El más cabrón de 1º de ESO, que nos ha puteado hasta el límite, se me acerca y me dice por lo bajini, profe te he cogido hasta cariño, te voy a echar de menos de verdad. Hijo de la gran puta, me hace ir al servicio a verter unas lágrimas. Será  cabrón el niño. Es tan cabroncete que tiene los huevos de decir las cosas que siente y de verdad, sin fingimientos, sin filtros. Después de reponerme en el baño, salgo con la cara de adulto, vuelvo al patio,  me pego a él, y le digo, yo también te voy a echar de menos, y mucho,  pedazo de cabrón.