Inventariar el universo

Cada vida vivida es un paréntesis de mundo recogido. Mundo existido solo y durante la conciencia que lo activa. Solo entonces. Mundo expandido, abierto, canalizado, articulado, sido. El universo entero se enciende cien mil veces por minuto. El universo también se apaga absolutamente con cada conciencia humana que se disipa. Existencia a golpes de interruptor, parpadeos entre la conciencia que nace a la observación y la que se agota con la muerte. Es falso que el universo permanezca. El mito de su origen, de sus años existidos, de su expansión o su materia inabarcable se sostiene sobre la incesante oscilación entre el ser y el no ser de los hombres que lo nombran. Esa sí que es la cuestión. Tan solo hay algo que perdura verdaderamente, que sostiene y atraviesa el tiempo y la existencia. 

Solo la muerte del muerto permanece. La muerte como el acto irrevocable de permanecer ya para siempre sin vida. La muerte de los que estuvieron vivos no se extingue, sino que se acumula de un modo caótico mientras siga sin ser inventariada. Se acumula el desorden del Ser en las cunetas del tiempo. Existe la larguísima, aunque no infinita, retahíla de los vivos que murieron para toda la eternidad. La lista de los sustentadores del mundo y de la vida que dejaron un nombre para la genealogía. La de los que murieron anodinos, primitivos, vulgares. La de los que fallecieron por la horca o el fuego cruelmente administrado, por la bacteria o por la noche del hastío que pule hasta el silencio. Esa relación existe, solo falta que cuadrillas burocráticas bien adiestradas se pongan seriamente a rescatarla. Por muy poco que hagamos, seremos al menos una línea más en ese registro de los que fueron. 

Será una lista enorme conformada por millones de nombres repetidos (no hay un solo muerto que no haya tenido en un momento un nombre, que no haya sido tomado en unos brazos, llamado tiernamente por un diminutivo). 

El día que configuremos esa lista, el día que una memoria de folios recoja ese legado, podremos decir que hemos acotado por fin la tan interpretada ontología, el principio primero sobre el que todos los demás se fundamentan. Estará entonces el repertorio de todo lo que hubo y aunque no tendremos los ruidos que sonaron ni las vivencias vividas, podremos observar el fósil que contiene el mundo universal en su extensión entera. El cascarón que alberga todo lo que existe.