naturaleza

La naturaleza es un comportamiento sistemático y firme, una fundamental indiferencia. Árboles existidos sin pedirnos permiso. Vegetaciones submarinas por dentro de la noche, charranes pescando a contraviento sin saber si es tarde. Las montañas se mantienen erguidas sin ayuda, los volcanes generan espacio por su cuenta. Toda esta ajenidad nos sirve de espectáculo, pero solo mientras la contemplamos como un automatismo. La naturaleza, esa pura ajenidad, aquello que se ejerce y se sostiene por sí mismo, ejecuta no obstante con el hombre una danza magnética. El paisaje, a fuerza de irlo transitando, activa en nuestros cuerpos un imán dormido. El motor palpitante de vida por su cuenta deja de ser lo mero otro. La naturaleza se aproxima entonces a los hombres con vigor involuntario. 

Precaución de no permanecer mucho tiempo sometido a su hipnótica belleza. Observar y marcharse. Aprender a cambiar de panorama. Renunciar sería la salida. La imposible salida. Ocurre, sin embargo, que deseamos volver a contemplar la naturaleza. Más veces, más de cerca. Traerla hacia nosotros, pegarla a nuestro pecho. 

Sería posible disfrutar sin más de su animada autonomía si evitásemos ofrecerle cuidados, pero es que el ser humano no sabe estarse quieto, no sabe conformarse con solo contemplar el cauce de las cosas en su justa medida. Y es así que el hombre irrumpe en mitad de la naturaleza para incorporar un elemento que no esperaba tan ciega maquinaria. El amor. La naturaleza no se sabe contemplada por la ternura del hombre, pero es esa relación la que lo cambia todo. Amar el mundo es más que, de algún modo, poseerlo. Es sacarlo del silencio en que vivía y hacernos para él imprescindibles.

Darles de comer a las palomas, sufrir por no poder garantizarles una rutina que tampoco esperaban. Humanizar un mundo que ya era sin nosotros. El ave herida por su depredador, la montaña abrasada por el fuego nos provocan un dolor insoportable ahora que las sentimos con ojos amadores, que las hemos pasado a nuestro fuero. Ahora que les hemos dado un nombre. Antes de traérnoslo al amor el mundo caminaba por su lado, pero no estamos en condiciones de afirmar si en tal entonces los hombres podían ser felices.